Los sábados de mañana, catequesis

Bachilleres con formación cristiana sólida van a barrios marginales de Montevideo a enseñar el catecismo a niños y adolescentes. Y a la vuelta del tiempo, además de recordar anécdotas, se dan cuenta que los más favorecidos resultan ser ellos mismos

A partir de 4to de liceo, el último año en que asistimos al Flama, un club juvenil del Opus Dei, nos plantearon a unos amigos y a mí si no queríamos empezar a asistir a una catequesis en un barrio carenciado de Montevideo. Al principio nos costó, ya que se trataba de “sacrificar” la mañana del sábado, que muchos aprovechábamos para dormir.

Nos reuníamos el viernes anterior para preparar el tema de la clase que daríamos al día siguiente. Eran la primeras clases que dábamos en nuestras vidas y los alumnos eran bastante dispersos, por lo que había que prepararse muy bien. En el Flama nos explicaron con detalle la importancia que tenía lo que íbamos a hacer y el cariño que San Josemaría Escrivá tenía por estas actividades. Nos relataron como en los inicios del Opus Dei, el Fundador salía con grupos de jóvenes para dar doctrina cristiana en los barrios marginales de Madrid.

Al principio salimos en el auto de Pablo o de Sergio, que eran por ese entonces los directores de las catequesis, pero después de un tiempo nos mandaron en el “316 Punta Rieles”, seguramente para que nos costara un poco más y le diéramos más importancia a lo que hacíamos.

Al principio nos costó, ya que se trataba de "sacrificar" la mañana del sábado, que muchos aprovechábamos para dormir

Comenzamos dando catequesis en Punta Rieles, un barrio en las afueras de Montevideo, luego Euskalerría, y por último en el “km 14”. En Punta Rieles una monjas nos prestaban un local anexo al convento y allí dábamos las clases. Era impensable no tener un “picadito” de fútbol con los chicos tras las clases: uno arbitraba y el resto se mezclaba con los niños como uno más.

Punta Rieles queda muy cerca del barrio llamado “km 14”, por lo que hacíamos una recorrida recogiendo a los chicos y luego dábamos las clases en el local. Lo que pasó fue que el segundo sábado, los chicos del “km 14” entraron a la despensa del convento y se comieron unas gelatinas de frutilla que tenían preparadas las monjas para el postre. Acto seguido, con toda lógica se nos prohibió dar clases en el local. La solución llegó cuando decidimos ir directamente al barrio de donde venían los que se llevaron la gelatina y dejamos a los más tranquilos en el local. Teníamos entonces dos catequesis.

El “km 14” es un asentamiento irregular. La gente vive en casas de chapa y palos, el saneamiento es muy precario y del otro lado de la calle existe un gran basural. Que el ambiente no era el mejor todos lo sabíamos y hubo que explicar muy bien nuestras intenciones para que nos dejaran dar clases. La gente del lugar, si bien es bautizada, suele asistir a “escuelas dominicales” de algunas sectas y grupos, y a veces es difícil insistirles en que vivan coherentemente su fe.

Aprendimos de los chicos, nos dimos cuenta de la urgencia de derrotar la ignorancia de la doctrina de Cristo, conocimos la miseria material

A la primera clase fuimos cinco profesores. Nos dividimos a los chicos en grupos según edad, y les dimos la clase en un campito -cerca del basural- ya que no había un lugar disponible para dar las clases. Luego comenzó el fútbol. Al cabo del primer tiempo el Juancho comenzó a pegarse con Anthony por una falta no cobrada por el juez, y poco después nos echaron a pedradas , gritándonos que no volviéramos más. Salvando las distancias, nos hizo acordar al tiempo en que nuestro Padre, por el sólo hecho de llevar sotana se exponía a pedradas- especialmente cuando asistía al Hospital del Rey. (El fundador del Opus Dei, p 438 - VAZQUEZ DE PRADA.)

Después de dos o tres veces cesaron las pedradas y con un poquito de esfuerzo y mucha gracia de Dios los chicos se fueron preparando y algunos de ellos recibieron al Señor en la Eucaristía.

Uno se da cuenta luego de los años del bien que les hace a los chicos la catequesis , como les aporta un soporte moral y de fe que no olvidarán más. Todos tenemos una hipoteca social con los pobres. Lo que nosotros a esa edad podíamos hacer por ellos no era darles trabajo o solucionarles el problema de vivienda, sino enseñarles la doctrina de Cristo, que los hace más sabios que muchos genios, que más o menos voluntariamente se privan de conocer “este no saber sabiendo”, “toda ciencia trascendiendo” que es la fe, como tan bien nos enseña San Juan de la Cruz.

Lo que me gustaría destacar es, que en última instancia, los que salimos realmente fortalecidos fuimos los que dimos las clases, aprendimos de los chicos, nos dimos cuenta de la urgencia de derrotar la ignorancia que existe con respecto a la doctrina de Cristo, conocimos la miseria material en vivo y en directo, sufrimos con ellos, y todo esto animó a luchar para sacar adelante a nuestro país.

Marcelo Sheppard, estudiante universitario // Libro "San Josemaría y los uruguayos", año 2002