Apoyando a la Iglesia desde una silla de ruedas

Desde su juventud padece una enfermedad crónica y a los 35 años la silla de ruedas irrumpió en su vida. Ver y oír como San Josemaría le respondía a una persona que se encontraba en circunstancias similares, le ayuda hoy a seguir luchando sin rendirse, pidiendo la intercesión del fundador del Opus Dei para que le ayude a ser una mejor persona

Hace años vi la película de un encuentro con el fundador del Opus Dei en el Teatro Coliseo, de Buenos Aires, y hasta hoy recuerdo el impacto que me causó la intervención de una mujer, sentada en su silla de ruedas. Me sentí muy identificada con ella porque, como yo, desde su situación quería saber qué podíamos hacer los discapacitados por la Obra, aparte de rezar y ofrecer a Dios nuestras limitaciones.

Antes de seguir adelante tengo que decir que, a pesar de haber recibido una educación con base cristiana, y haber ido en la secundaria a un liceo católico, es recién a la mediana edad cuando encontré una base más sólida para mi fe.

Conocí a Josemaría Escrivá y, llevada por sus enseñanzas, redescubrí el valor de vivir en gracia de Dios

Tuve una juventud bastante difícil, no sólo desde punto de vista familiar, sino que me enfrenté a una enfermedad muscular progresiva que me iría quitando capacidades año a año y sin pausas.

Sentía una gran sensación de miedo frente a los diagnósticos médicos, muchas veces desencontrados y sin respuesta, buscando incansablemente una posible curación, incluso en el exterior, hasta que encontré el diagnóstico final: “polimiositis crónica”.

A los 35 años la silla de ruedas entró en mi vida con todo el dramatismo imaginable, pues había que enfrentar los prejuicios que la sociedad tiene ante el “diferente”, elaborando una nueva imagen femenina que revalorizara mi autoestima.

Al mismo tiempo, la dependencia física fue incuestionable, o sea la necesidad de ayuda de otra persona para realizar las tareas básicas de la vida diaria: higiene personal, comida, levantarse de la cama, salir, etc. Esta condición de discapacidad exige un costo económico enorme, pues se debe pagar a tres personas para cubrir las 24 horas del día todo el año.

El gran desafío que se me presenta es equilibrar la sutil balanza de la "aceptación" de mis circunstancias, con el trabajo de mejorar aquello que es posible cambiar

La relación con mujeres y hombres que tienen también discapacidades severas, me llevó a investigar lo que pasaba en otros países sobre el tema. Después de años de trabajo, fui co-autora del proyecto de ley de asistencia personal, aprobada por la Cámara de Diputados en 1998 y que actualmente duerme en los cajones del Senado, a la espera de su aprobación definitiva.

El vivir sola, “ser independiente”, trabajar en mi casa, a pesar de tener una gran discapacidad física -pues utilizo durante parte del día un respirador- ha sido y es mi gran lucha: mantener la deseable “autonomía de vida” requiere gran exigencia económica y espiritual.

Fue en 1990, si no recuerdo mal, cuando por medio de un médico que me atendía y de un sacerdote del Opus Dei que él me presentó, conocí a Josemaría Escrivá y, llevada por sus enseñanzas, redescubrí el valor de vivir en gracia de Dios.

Por otra parte, leyendo “Camino” cada día, fue como adquirí fortaleza y una gran disciplina. Como San Josemaría, yo tampoco soy “milagrera”: hago el día a día a veces con enormes esfuerzos, a tal punto que muchas veces siento que mi límite ya llegó, pero Dios sigue dándome energía para poder disfrutar de mis amigos, de mi casa y de mi jardín.

Cuando se presentan problemas, trato de entregarlos a Dios en la oración, aunque no me faltan “desiertos de fe”, de las que soy afectuosamente rescatada en las visitas periódicas del sacerdote.

El gran desafío que se me presenta es equilibrar la sutil balanza de la “aceptación” de mis circunstancias, con el trabajo de mejorar aquello que es posible cambiar.

San Josemaría nos enseña a ser recios de carácter, pero dulces en la oración, porque así es como trata un hijo o una hija a su Padre del cielo y a la Virgen, Madre amorosa y protectora en la que siempre, aun en momentos muy difíciles, encuentro alivio y paz.

A aquella mujer que en 1974 le preguntó qué podían hacer los enfermos por el Opus Dei, el Padre le contestó animándola, sobre todo, a aceptar la enfermedad con alegría. Soy consciente de que, en mi caso, no siempre lo consigo, pero me consuela recordar algo más que también dijo entonces y que, a la vuelta de los años, ha adquirido para mi un inapreciable valor. Cuando ya terminaba de dirigirse a ella, San Josemaría le dijo: “Ya te conozco lo suficiente como para tenerte mucho cariño y para saber que tengo en Argentina un alma que me ayudará a ser bueno”.

Esto es lo que desde hace años, sabiendo que me escucha, yo le pido a San Josemaría: que me ayude a ser una mejor persona.

Susana Chávez, coautora del proyecto de ley de asistencia personal, discapacitada // Libro "San Josemaría y los uruguayos", año 2002