“Cómo el Fundador obró en mi fe”

Nació en el interior y tuvo una vida que consideró desgraciada, lo que lo llevó a alejarse de la religión por sentirse enojado con Dios. Pero con el tiempo, y a través de personas que Dios colocó a su lado, volvió a practicar la fe y encontró también el mensaje de San Josemaría, de quien destaca su sensible inclinación artística

Años después de haber perdido a mi padre, mi madre y yo nos trasladamos desde el interior a Montevideo. Mi madre comenzó a trabajar de empleada doméstica con una familia de fe cristiana que tuvo la bondad de enviarme a un colegio católico teniendo apenas 6 años. Fue en esa ocasión que tuve la oportunidad de que me ensañaran términos que al principio me costaba entender y me resultaban difíciles de comprender, hasta que logré aprender el significado de las oraciones que mi madre, noche a noche, antes de dormir -hincada y entrelazando sus manos con las mías- oraba frente a un crucifijo que colgaba sobre su cama y que nos acompaño toda nuestra estadía en aquella pieza de conventillo. Poco duró mi estadía en ese colegio pues mamá dejó de trabajar en ese hogar y al poco tiempo terminé en una escuela pública.

Al pasar el tiempo, siendo un joven de veinte y pocos años, contraje enlace con una joven que practicaba, al igual que su familia, la fe católica y allí pude nuevamente retomar mi diálogo con Dios, del cual había estado alejado durante tantos años de mi vida.

De esta unión nació una hija. Cuando ella tenía diez meses de vida, y yo dos años de matrimonio, recibo una dura prueba –mi esposa perdió la vida en un accidente- sintiendo el dolor más profundo que mi corazón había recibido hasta ese momento. Al quedarme sólo con mi hija me alejé por completo del Señor, a quien día y noche le preguntaba por qué y qué había hecho yo para que me castigara de esa manera.

Por esta razón pasé años enojado con Él; y si su discípulo lo negó tres veces, yo lo negué cientos de veces más. No quería saber nada de nada con Él, pues creía erróneamente que se había olvidado otra vez de mí, dejándome sólo y desamparado.

Pero en los hechos estaba nuevamente equivocado. Al tiempo me di cuenta que me había enviado a un gran hombre para que, con su bondad y sensibilidad, me ayudara en mi profesión brindándome una oportunidad para que pudiera formar un Centro de Difusión Cultural, que luego se transformaría en un instrumento para que el Señor, a través de mi modesto trabajo, pudiera dar la oportunidad a decenas de artistas que no tenían lugar en nuestro medio para mostrar sus trabajos y ser reconocidos a través de sus obras de arte.

Al pasar el tiempo, recibí nuevamente su llamada, al conocer a quien hoy es mi esposa y, sobre todo, a su madre, ambas de continua y activa fe católica. Provenían de una familia católica europea, quienes habían llegado de Lituania y me contaban la persecución, los sufrimientos, las pérdidas y demás pesares que tuvieron que vivir primero con los nazis y luego con los comunistas. Me dieron así una lección moral llena de fe y de vida, que me ayudó a quitarme el velo para reconocer mi egoísmo, que no me permitía ver el sufrimiento y la necesidad que los demás habían padecido, ya que sentía que yo era el único que sufría en este mundo.

Retomo nuevamente, paso a paso, el camino de la fe perdida: mi casamiento, el bautismo de mi hijo, el casamiento de mi hija, la unción de los enfermos de mi suegra, la comunión de mi hijo; así como una concurrencia más activa a la iglesia, donde esporádicamente me confieso y comulgo. Trabajo, entonces, con un sentimiento y una fe católica para con mi profesión de obrero de la cultura, que me permite difundir y desarrollar la labor creadora de los artistas de nuestro país ayudando a resolver, en parte, sus necesidades.

En esta nueva etapa cuento con el apoyo espiritual de personas que contribuyen a que mi humilde “misión” se pueda documentar a través de exposiciones, dentro y fuera del país, e importantes ediciones de libros de los artistas que trabajaron en las artes de nuestro medio, inspirados, a mi entender, en la fe divina, aunque quizás muchos de ellos lo ignorasen como llegué a ignorarlo yo en su momento.

Hoy puedo dar testimonio de haberme encontrado finalmente con la verdad tan buscada por mi corazón y mi fe, gracias a la ayuda de personas de la Obra que me guiaron y me enseñaron a reconocer el sentido y la trascendencia de Dios a través del pensamiento del Fundador, a quien tuve la gracia divina de conocer a través de los retiros espirituales así como en las reuniones de sus integrantes y allegados. También lo conocí por sus libros que me inspiraron hacia la gracia divina, de la cual hoy me siento plenamente agradecido, pues a ella y a mis hermanos en la fe, les debo el sentirme plenamente feliz de haber encontrado el sagrado camino que nos lleva a reconocer que Nuestro Señor Jesucristo nunca nos abandona, sino que somos nosotros con nuestros sentimientos y falsos orgullos quienes no sabemos reconocer su divina presencia en nuestras vidas.

Además encontré la plena libertad que Mons. Escrivá enseñaba y pregonaba “cuanto más varios seamos, mejor serviremos a Dios”. En su sensible inclinación artística y su repugnancia a imponer rígidos criterios en lo humanamente opinable, desplegaba un ideario estético de gama y criterios tan extensa como sólo los iluminados por el Espíritu Santo pueden hacerlo.

Pablo Marks, Difusor de arte, Director de Galería Latina // Libro "San Josemaría y los uruguayos", año 2002