Del Portillo “llamaba la atención por su humildad y sencillez”

El Vicario Regional del Opus Dei en Uruguay habló sobre la beatificación del sucesor de San Josemaría Escrivá (entrevista publicada en El Observador, 5.10.2014).

San Josemaría, beato Álvaro del Portillo y Carlos González. (Buenos Aires, 10.06.1974)

Carlos González Saracho (63), actual Vicario Regional del Opus Dei en Uruguay, participó el sábado 27 de setiembre en Madrid de la beatificación de Álvaro del Portillo (1914-1994), el primer sucesor de San Josemaría Escrivá al frente de la Prelatura. Contador y economista, y doctor en derecho canónico, convivió con el nuevo beato durante 16 años en Roma. Habló con El Observador sobre el aporte de Del Portillo a la Iglesia Católica, su personalidad y su labor pastoral, y acerca de las sensaciones que dejaron la ceremonia de beatificación que convocó a 300.000 personasllegadas de todo el mundo a la capital española. Entre ellas, 350 uruguayos.

¿Cuál ha sido el aporte del nuevo beato a la Iglesia Católica?

El mayor aporte de todo fiel católico a la Iglesia es su vida cristiana coherente y lo que realice con el fin de que crezca el pueblo de Dios, es decir lo que haga para que más gente conozca a Cristo y viva de acuerdo con sus enseñanzas. Eso es precisamente lo que una ceremonia de beatificación o de canonización quieren transmitir: que una persona vivió de modo heroico (es decir, siempre) las virtudes propias de un cristiano y que por esto se le puede poner como modelo de vida y como intercesor ante Dios. En el caso del nuevo beato, quienes lo conocieron y trataron directamente son unánimes en reconocer que les llamaba la atención la humildad y sencillez que tenía.

Quizá con su pregunta quiere referirse a otro tipo de aportes, más "institucionales". En ese sentido, además de ser el colaborador más inmediato y el sucesor de San Josemaría Escrivá al frente del Opus Dei, Álvaro del Portillo trabajó más de 40 años al servicio de la Santa Sede. Su contribución directa más importante fue en el Concilio Vaticano II, presidiendo la Comisión Preparatoria sobre el laicado, y fue después Secretario de la Comisión sobre el Clero.

¿Qué sensaciones le dejó la ceremonia de beatificación, con la asistencia de miles de personas, con la presencia de decenas de obispos y cardenales?

No solo a mí, sino también a muchos de los 350 uruguayos que viajaron, y con otros con los que pude conversar, coincidimos en lo tremendamente conmovedor que fue el silencio y recogimiento con el que una multitud, de las más variadas características, participaba de una misma ceremonia, en silencio para escuchar, con piedad para responder. Fue una lección para mí. También me dejó una sensación imborrable la extensa carta del Papa Francisco, que se leyó al inicio de la ceremonia y que refleja el cariño y conocimiento del Papa hacia el nuevo beato y hacia el Opus Dei. Es una carta que vale la pena meditar despacio, en la que el Francisco, muy fiel a su estilo directo y concreto, desarrolla tres ideas fundamentales siguiendo una frase que el nuevo beato gustaba decir a Dios: "¡Gracias, perdón, ayúdame".

También debo reconocer que me sorprendió escuchar en la homilía del Cardenal Amato, el representante del Santo Padre, que al referirse a la humildad de don Álvaro, señaló una anécota de la que fui protagonista. Se trata de un diálogo que tuve viajando en coche con él, en el que me dio una lección de sencillez y que está relacionada con la devoción a la "Scala Santa", en Roma. Se nota que el Cardenal Amato preparó muy personalmente su homilía, leyendo muchos testimonios y quizá le impresionó esa pequeña anécdota, o mejor dicho, le impresionó la humildad de don Álvaro que se refleja en esa pequeña anécota.

A los Cardenales y Obispos con los que pude intercambiar comentarios les impresionó la organización tan eficaz. Cuando se le comenté a algunos de los fieles de la Prelatura que intervinieron en la organización me dijeron que pudieron aprovechar muchas experiencias de la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid, en que también habían trabajado en tareas similares: logística, voluntarios, liturgia, tráfico, etc.

¿Qué rasgos característicos destacaría de la labor pastoral y de la personalidad de Del Portillo?

De su labor pastoral, pude comprobar de cerca el modo en que impulsaba las orientaciones del Santo Padre, por ejemplo, en todo lo relativo a lo que San Juan Pablo II denominaba "la nueva evangelización", en el impulso a los estudios teológicos sobre matrimonio y familia y en la atención pastoral a los jóvenes.

En cuanto a su personalidad, estoy tentado a utilizar la expresión "perfil bajo", pero pienso que puede ser equívoca. Unía una gran inteligencia especulativa con poderosa capacidad de síntesis y a la vez no se hacía notar para nada. Él mismo decía que era tímido, que cuando era joven no le gustaba hablar en público. Sin embargo, cuando fue elegido como sucesor de San Josemaría tuvo que participar en encuentros con mucha gente, hablar ante multitudes y no se complicaba para nada.

También en su personalidad me llamaba la atención su fortaleza en asuntos relacionados con la fe y la moral cristiana. Lo hacía de un modo suave, pacífico, pero con solidez en el fondo. En este sentido, es muy ilustrativo el título que se puso a una colección de escritos suyos: "Rendere amabile la verità", Hacer amable la verdad.

Usted que ha convivido varios años don Álvaro, ¿cómo describiría el trato personal del beato con los miembros de la Prelatura y el resto de las personas?

Su trato era tremendamente sencillo. Impresionaba, como dije, su humildad. En más de una ocasión me di cuenta a posteriori de que le había intentado explicar o desarrollar alguna idea o algún dato que él conocía mucho mejor que yo, pero me dejaba hablar y escuchaba con sincero interés. Ninguna vez hablaba de sí mismo. Cuando me tenía que corregir o modificar algo que yo había propuesto, lo hacía de tal modo que yo no quedaba molesto, sino agradecido, a pesar de mi falta de humildad.

También puedo testimoniar que en los 16 años que trabajé con don Álvaro nunca le escuché una frase negativa sobre otra persona. Ni siquiera cuando llegaba alguna calumnia contra la Prelatura. Siempre transmitía serenidad y una visión positiva de los acontecimientos.

Con respecto a personas que no pertenecen a la Prelatura, en la ceremonia de la beatificación coincidí con Guzmán Carriquiry y con su esposa, dos uruguayos que viven desde casi 40 años en Roma y quisieron participar en la celebración. Guzmán ha ocupado y ocupa altos cargos en el Vaticano y coincidió con don Álvaro en diversas circunstancias. Después de la muerte de don Álvaro, escribió que le impresionaban su mirada y el modo en que se interesaba por él cuando se encontraban. Le hacía sentir que no eran preguntas "de rutina", sino de interés real por su vida. Lo mismo testimoniaron muchísimas personas que tuvieron encuentros con don Alvaro.

¿La Iglesia reafirma la labor del Opus Dei en el mundo con esta beatificación?

La Iglesia lo único –y no es poco– que ha declarado es, como dije al inicio, que don Álvaro vivió las virtudes cristianas de modo heroico y que se le puede poner como ejemplo para los demás fieles y como intercesor. Por otra parte, como don Álvaro procuró vivir el espíritu del Opus Dei e impulsó su desarrollo en varios países, en cierto sentido se puede deducir que hay una confirmación por parte de la Santa Sede de ese modo –uno de tantos, ni mejor ni peor que otros– de vivir la fe cristiana.

¿Cómo se ha vinculado Álvaro del Portillo con Uruguay?

El Opus Dei comenzó en Uruguay en octubre de 1956. Los vínculos de don Álvaro con Uruguay comienzan antes, cuando en el Vaticano conoció a algunos obispos y sacerdotes uruguayos. Recuerdo que me habló con mucho cariño de monseñor Viola, que fue obispo de Salto hace ya muchos años y que pidió que el Opus Dei viniera a Uruguay. Otro vínculo, más bien indirecto y pequeño con Uruguay, me lo contó el mismo don Álvaro en un viaje en auto, en 1980 y lo recuerdo por el interés que puso. Me dijo que, cuando él hizo en 1947 las gestiones para comprar la actual sede central del Opus Dei en Roma, el propietario –Gori Mazzoleni– deseaba venderla porque quería venir a Uruguay. Don Álvaro me preguntó si sabía algo de esa persona o si me sonaba el apellido.

Además podemos decir que tuvo muy particularmente presente al Uruguay en los últimos días de su vida. Don Álvaro falleció en Roma el 23 de marzo de 1994, hacia las 3 de la mañana. Había llegado hacía pocas horas de Jerusalén, donde estuvo viviendo una semana. Esos días, en varias ocasiones recibió a Aníbal Díaz Mondino y su esposa, que eran entonces los Embajadores de Uruguay y que pusieron generosamente a disposición su auto para algunos traslados. Ánibal estaba ya enfermo –falleció meses después- y don Álvaro se prodigó en detalles de cariño con él, a pesar de que el mismo don Álvaro no se encontraba del todo bien y se fatigaba en algunos momentos, pero no lo daba a conocer.

Para terminar con Uruguay y con las beatificaciones, me gustaría decir que, como uruguayos, debemos tener muy presente el proceso de otro gran Obispo: don Jacinto Vera. Vale la pena leer su biografía, hace mucho bien al alma conocer detalles de la vida santa de los buenos pastores, como don Alvaro y Jacinto Vera, al que pronto esperamos ver en los altares.

Ver entrevista en El Observador.

    EL OBSERVADOR, MUNDO - TESTIMONIO, 5.10.2014