Enseñar valores con el ejemplo

Siempre quiso ser maestra, hoy trabaja en el preescolar del Palacio Legislativo y la sonrisa de sus siete hijos la ayuda a retomar fuerzas otra vez cuando vuelve a su casa. Es una convencida de que para enseñar valores hay que vivirlos o al menos intentarlo, y agradece a San Josemaría haberle enseñado que, en la educación escolar, lo principal son los padres

A los 18 años, cuando entré a estudiar Magisterio, con los que más me divertía salir era con el grupo de facultad de Fernando, mi actual esposo, que era mi novio. En ese grupo conocí a una chica con la que me encantaba estar y muchas veces me hablaba de Dios. Me daba cuenta de que era muy divertida y sana. Siempre me contaba que trabajaba en un colegio y que cuando me recibiera de maestra me iba a llevar a conocerlo. Así fue como me recibí y tuve la oportunidad de trabajar en un jardín público en Pocitos y en el colegio de mi amiga, Los Pilares.

Cuántas cosas aprendí allí. Les hablaban a las chicas de sinceridad, orden, lealtad. ¿Qué es esto?, me pregunté. No podía creer que fuera real. Lo mejor de todo es que también a las maestras nos enseñaban qué significaba eso. Si hay algo que me quedó claro en Magisterio fue que no puedes transmitir nada a los niños que realmente no lo vivas o, por lo menos, luches por vivirlo.

Mi amiga me invitó también a unas charlas de formación en un centro del Opus Dei. Poco a poco fui dándome cuenta de que nunca me sentía sola en los lugares donde había alguna chica de la Obra. Otra cosa que me llamó la atención es que nadie criticaba a nadie, teníamos tema de sobra sin hablar mal de ninguna. Y eso que todas éramos muy diferentes.

En el Opus Dei aprendí que cada trabajo que realizamos es un servicio a los demás, cada trabajo terminado por amor a Dios es ganarse un pedacito de Cielo. A veces me pregunto cuál es mi trabajo; si el de mi numerosa familia –tengo siete hijos– o mi trabajo actual como maestra en el preescolar del Poder Legislativo. Concluyo que mi trabajo es hacer las dos cosas lo mejor posible, con la ayuda de Dios.

Al principio, no entendía por qué San Josemaría decía que los primeros y más importantes en la educación de los niños en las escuelas son sus propios padres. Y sin embargo, ¡es verdad!, Pues hay que dar buen ejemplo y no es posible educar a los niños, sin previo aprendizaje.

Ser padres es una profesión más. Mucha gente me pregunta cómo aguanto todo el día con niños. Nadie se imagina lo lindo que es estar entre ellos. Claro que me canso, pero los niños logran llamar la atención por las buenas o por las malas y estando con ellos se olvidan todos los problemas.

Al mismo tiempo doy gracias a Dios porque puedo trabajar en lo que más me gusta. Al terminar mi jornada de trabajo, pienso que ya no me quedan fuerzas para continuar con mi labor en casa, pero cuando llego me encuentro con unas caras sonrientes que corren a darme un beso y siento que recupero la fuerza.

Los hijos dan trabajo, pero también dan muchísimas alegrías. Cuando cumplimos quince años de casados se aparecieron los siete con una caja de zapatos que contenía 150 dólares. Nuestra hija mayor nos explicó como habían logrado esa suma: algunas monedas provenían del “Ratón Pérez”, otras del pasto cortado a la abuela e incluso habían sacrificado algún alfajor o caramelo. El deseo de los chicos era que realizáramos un viaje.

Por otra parte, cuánto le debo a San Josemaría. Cuando Virginia María, mi segunda hija, cumplía apenas trece días, se cayó de la cuna. Fue terrible, nunca podré olvidarme de esa noche. Nos dirigimos entonces a la casa de su pediatra que nos aconsejó que fuéramos al servicio de urgencia. La cuestión es que pasó la noche en el sanatorio en observación y todos los doctores y enfermeras nos tranquilizaban diciéndonos “los bebes son de goma, no se asusten”. Pero al volver a casa, comenzó a hacer convulsiones. Vuelta a correr al sanatorio, donde la situación se ponía cada vez peor. Cuando todo parecía estar más controlado, y la luz estaba apagada para poder descansar un poco, a Fernando se le ocurrió encenderla y se encontró con Virginia totalmente morada y sin poder respirar. Corrían las enfermeras con el oxígeno pero no lo resistía, allí la bauticé y se la encomendé a Monseñor Escrivá. Estuvo una semana en el CTI. Con Fernando no dejábamos de rezar; rezábamos toda la noche rosarios y la estampa de Josemaría. Hoy tengo una hija maravillosa en la Universidad de la República cursando Derecho con sólo 17 años.

Anahí Friade de Damiani, Maestra del preescolar del Palacio Legislativo // Libro "San Josemaría y los uruguayos", año 2002