Modelando un mundo acogedor

Susanne Kummer es co-fundadora de AMAL, una organización austríaca que ayuda a la integración de familias de inmigrantes de Medio Oriente en Europa. Filosofa y filóloga, ha participado como ponente principal en el Incontro Romano, que este año versaba sobre cómo hacer de la acogida una característica crucial para el mundo actual.

Susanne Kummer, impulsora de AMAL, organización que ayuda a la integración de inmigrantes en Austria.

¿Cuáles son los desafíos, concretos, que se encuentran a la hora de dar acogida, integrar en la propia realidad, a personas que vienen de países en guerra, con grandes carestías, a Occidente, en concreto, en Europa?

Pienso que el primer desafío para la integración en Austria, y en otras partes, es el idioma. El segundo, es la incorporación al mundo laboral. Entre la gente que viene de países como Siria, Afganistán, hay personas con nivel académico, y muchas otras que trabajaban como obreros, empleados, vendedores…

Hace falta ayudarles, a encontrar algo similar a su profesión en Austria, Alemania o en otros países..., o a cambiar de trabajo, o facilitarles la formación profesional adecuada. Esto es un proceso lento y quizás puede ser un poco desesperante porque se necesita mucho esfuerzo para cambiar de cultura, de idioma. Algunos tienen ya 40 o 50 años, y es lógico que cueste bastante adaptarse y empezar una vida nueva.

El desafío de la integración cultural no es un proceso unilateral. Exige que también nosotros empecemos a comprender cómo viven, cuáles son sus experiencias.

Otro gran desafío es la integración cultural, que no es un proceso unilateral. No es que se llegue a un nuevo país y ya está. El desafío es que también nosotros empecemos a comprender cómo viven, cuáles son sus experiencias... Suele ser bastante difícil que se mezclen con gente del país que les acoge. Ellos viven en su mundo árabe –o de países africanos– porque ya se conocen, hablan el mismo idioma, y el peligro es que se empiece a formar un tipo de sociedad paralela.

Hemos notado, a lo largo de este tiempo con AMAL, que hay gente de Siria que dice: “Yo hace dos años que vivo en Austria, pero nunca he entrado en la casa de una familia austríaca, no sé cómo viven los austríacos”. Hemos visto que, aunque la gente quiere integrarse, hay barreras, muros. Y estos muros tenemos que transformarlos en puentes, para que los refugiados que vienen aquí, puedan conocer a gente del país y empezar una relación personal con ellos.

En los países de Europa se oyen voces y se aprecian diversas actitudes. Unos dicen: “Bastante tenemos con los problemas de aquí y las dificultades de cada día. No podemos asumir más responsabilidad”. A la vez se observan muchas respuestas solidarias, hay un gran movimiento de voluntariado… ¿qué predomina o qué predominará?

Pienso que no podemos ser ingenuos o indiferentes ante esta situación. Se trata de una de las crisis humanitarias más grandes después de la Segunda Guerra Mundial. Todavía me parece que Europa no tiene las respuestas adecuadas a este movimiento de gente que está huyendo por guerra, o que está buscando una situación que le permita vivir dignamente. Yo estoy muy orgullosa de mi país: Austria es uno de los 3 países de Europa que ha recibido más refugiados en relación con la población, después de Alemania y Grecia.

Durante la intervención, hubo muchas preguntas por parte de las participantes del Incontro Romano.

Gracias a Dios, hay un gran movimiento de ayuda civil por parte de muchos ciudadanos que advierten que el Estado solo no puede. Pero también hay algunos que dicen: "Esta gente va a coger nuestros trabajos, nuestros beneficios sociales, serán económicamente un peso".

Por otra parte, está el encuentro –que no tiene que ser confrontación- con musulmanes que tienen una identidad muy fuerte, en una Europa que tiene sus raíces cristianas desdibujadas.

Estos son desafíos para Europa, y yo los veo muy positivamente. Este momento histórico puede ayudar, primero, a que las personas se den cuenta de lo importante que es el aporte de cada uno. Y, segundo, a que las personas se abran y salgan a buscar a los que llegan. En nuestro país, si no buscas a los refugiados, no los encuentras, porque están en campos; no se ven, no se oyen. Hay que moverse para ayudarles: en la ciudad, en los colegios, en las parroquias... Veo un movimiento admirable de gente de mi país y en otros países que ayudan.

¿Cuál ha sido para Ud. la experiencia más enriquecedora en su tarea de ayudar a familias inmigrantes?

Algo que me ha impresionado es cómo se acercan las personas cuando uno ofrece al otro su corazón. Esta fue la experiencia de una familia de Austria que, a través de la fundación AMAL, invitó a una familia de Siria a comer a su casa. Al principio, los hijos austríacos estaban un poco inseguros de qué hacer con los hijos de la familia siria: no sabían cómo hablar con ellos. Pero al final, resultó que terminaron siendo como los hermanos mayores para las pequeñas niñas de Siria.

“Mira, con esta familia ya nos hemos hecho amigos, hasta tal punto que yo tenía que ir al hospital y permanecer allí por dos semanas. ¿Y sabes quién me ha visitado? La familia de Siria”

Se estableció una verdadera amistad. Se ven cada mes, hacen algo juntos. La familia austríaca también fue invitada a la casa de la familia siria. Es importante que también nos dejemos amar por los que vienen de lejos, que ellos puedan ofrecernos algo. Son muy hospitalarios. Quieren dar lo que tienen. La mujer austríaca me llamó después de algunos meses y me dijo: “Mira, con esta familia ya nos hemos hecho amigos, hasta tal punto que yo tenía que ir al hospital y permanecer allí por dos semanas. ¿Y sabes quién me ha visitado? La familia de Siria”.

Familias austríacas y sirias se reúnen para comer y pasar un tiempo juntos.

Es una cosa muy pequeña, pero muy bonita, en la que se ve que si escuchamos su historia, si nos dejamos querer por ellos, se establecen buenas relaciones. Es lo que el Papa Francisco dice: los refugiados no son un número, una masa, sino personas, con una cara, con una historia, y hace falta descubrir la historia de cada persona.

También me ha impactado el ejemplo de estos cristianos que tuvieron que salir de sus países, no sólo por la guerra, sino también porque son perseguidos por su fe. Su testimonio es algo que tenemos que apreciar mucho. Nos dan lecciones impresionantes de amor, de perdón. Como el de madres que perdonan a los asesinos de sus hijos. Los cristianos que vienen de Medio Oriente tienen una riqueza enorme para nuestra iglesia, quizás un poco 'vieja' aquí en Europa. Dan testimonio de fe y de amor, aun en momentos de sufrimiento tremendo.

¿Qué beneficios advierte en una sociedad multicultural, interreligiosa? ¿Qué peligros?

Conozco gente que me dice que está bautizada, pero que nunca había practicado, y afirma que esta situación es un incentivo para considerar a fondo su propia religión cristiana, porque tienen muy difuminados cuáles son los contenidos de su fe. Por otra parte, quienes vienen a Europa, ya sean musulmanes o cristianos, dicen que no esperaban encontrarse con tanta indiferencia a la religión. Esto me parece que es una oportunidad: el encuentro con personas que tienen una identidad religiosa muy profunda ayuda a repensar y preguntarse por la propia religión.

El testimonio de los cristianos que tuvieron que salir de sus países, no sólo por la guerra, sino también porque son perseguidos por su fe, es algo que nos da lecciones impresionantes de amor, de perdón.

Muchas veces los musulmanes tienen una falsa imagen del cristianismo. Identificaban la cultura de Occidente, con toda su decadencia, consumismo, materialismo, con esa fuerte carga de sensualidad y hedonismo, con el cristianismo. Y se sorprenden cuando ven que un cristiano es el que se ocupa de ellos, el que les quiere como son. Esta es la experiencia que toca sus corazones y también les hace interesarse por esta religión.

En una parroquia en Viena, en la que han acogido a muchos musulmanes de Siria, y los han tratado muy amablemente, uno de los chicos le dijo al párroco: “Sois totalmente diferentes de lo que hemos oído de lo que son los cristianos, porque nos han dicho que estáis todo el tiempo bebiendo alcohol, que estáis con drogas y con mujeres... pero lo que veo es muy diferente”.

¿Qué es el cristianismo? Esta sería la pregunta que ha venido desde Oriente.

Ha hablado a jóvenes de varios países del mundo. ¿Cuál considera que es el papel de los jóvenes en esta tarea de acoger al que viene de lejos? ¿Cómo suelen ser las reacciones de las personas jóvenes frente a estos desafíos de integración?

El papel de los jóvenes es muy, muy importante porque viene mucha gente de poca edad. Como dice el Papa, tenemos que salir de nuestro sofá y de nuestra comodidad, e ir al encuentro de esos jóvenes que quieren construirse en Europa un nuevo futuro.

He hablado con muchos voluntarios y les he preguntado por qué están ayudando. Una chica decía, por ejemplo, que cuando daba clases o ayudaba a niños a hacer sus tareas del colegio, y veía su progreso y cómo querían aprender, le hacía estar muy agradecida y pensar en todo lo que había recibido. Otro joven me decía: “Mis amigos me preguntan cómo puedo hacer todo esto: estudiar bien y ayudar a los refugiados... Yo les respondo: ¿Sabes? La solución es levantarse un poco antes por la mañana y con esto ya tienes más tiempo para ayudar a los demás”.

Jóvenes del Incontro Romano prepararon aperitivos para acoger a los participantes.

Muchos jóvenes quizás no han vivido todavía la experiencia de que son realmente necesarios para otras personas. Vivimos en un mundo rico, en el que no es tan palpable percibir cuantas personas están en situaciones muy difíciles… pero si se levantan de su sillón, si salen a la calle, descubrirán y podrán experimentar que su ayuda es muy importante. Yo les diría que vayan a sus diócesis, a sus parroquias, a colegios, y pregunten en qué pueden ayudar; enseñar el idioma, facilitar gestiones burocráticas, estar cerca... Por ambas partes, sin duda, se verán muy beneficiados.