La Residencia hizo más pesada la valija al salir que al entrar

Llegó, como tantas otras, a Montevideo para seguir su carrera universitaria. Recaló en la residencia Del Mar, obra corporativa promovida por el Opus Dei, y hoy, a tres años de haber dejado esa que fue “su casa”, confiesa que estaba desolada al llegar aunque al irse también lloró. Pero en su valija se llevaba muchas de las enseñanzas de San Josemaría

Procedente de Paysandú, en el año 1997, llegué a la Residencia del Mar donde permanecería 2 años y medio. Lo que más me gustó era el ambiente de familia que se vivía allí; llamaba la atención que todo el mundo estaba alegre, era como el ámbito perfecto que necesitaba alguien que, como yo, extrañaba terriblemente mi familia y tenía que adaptarme a la vida de la gran ciudad.

Sin dejar de extrañar, esa adaptación fue bárbara. Éramos como 40 y todas las que venían del interior pasaban por la misma circunstancia que yo. Me impresionaba pila el cariño con que nos trataban. Cuando llegábamos de la calle todo el mundo te preguntaba cómo te había ido. Me asombraba cómo te escuchaban: siempre había alguien para escuchar aquello que tenías necesidad de compartir.

Respecto a los estudios, nos decían que el lugar más importante de la casa era la sala de estudio y sentíamos la obligación de estudiar y rendir, ya que desde el punto de vista práctico teníamos todo solucionado. El ambiente era el más apropiado que podíamos pedir. Nadie nos controlaba pero sí se interesaban en cómo nos iba.

A pesar de no tener que realizar ningún trabajo doméstico, cada una tenía su encargo. A mí me tocó integrar el Consejo de Residentas, dónde nos podían plantear los problemas personales que surgieran y en el Consejo tratábamos de resolverlos. De lo contrario, los planteábamos en Dirección.

En la agenda del año habían dos fechas señaladas: el día de la residenta y el de los padres de las residentas. En ambas oportunidades las actividades que tenían lugar eran absolutamente variadas y apropiadas para cada caso, pero en ambas la tónica común era la alegría, la creatividad, la sana competencia, el ambiente de familia, sobre todo cuando se trataba del día de los padres: concurrían también hermanos, abuelos, sobrinos y la diferencia de edad no se hacía sentir en absoluto.

Todos participaban de todo, la Santa Misa, los cantos populares de todo tipo, los juegos en equipo, las representaciones teatrales alusivas a las situaciones risueñas que se vivían en la Residencia, el almuerzo donde todos se mezclaban, formando la gran familia. Se dio el caso de una madre que, con gran sacrificio, llegó desde Artigas viajando de noche y retornando de tardecita para llegar a tiempo a cumplir sus obligaciones laborales.

Siempre había alguien para escuchar aquello que tenías necesidad de compartir

Un capítulo aparte eran los cumpleaños de las residentas: cantos, shows, festejos, cena especial, torta de cumpleaños.

Otra actividad sumamente atractiva eran las tertulias culturales que se realizaban una vez por semana. Previa consulta a las chicas sobre qué tema les interesaba, se conseguía la persona adecuada para tratarlos.

Por consiguiente los temas eran muy variados, así como el desfile de personalidades que se sucedían: políticos, médicos, periodistas, músicos, humoristas... hasta una mujer paracaidista se hizo presente y me tomó de modelo para colocarme los harneses.

Un día vino una invitada a darnos una clase de protocolo: la mesa que se preparaba era según la importancia de la persona que se recibía y nos enseñó entre otras cosas cómo debían sentarse a la mesa según el orden de importancia.

También se organizaron Conferencias en el Auditorio, con economistas y contadores.

Los fines de semana que no íbamos a ver a la familia, organizábamos pic-nics en la Rambla o paseos al aire libre, tiempo en el cual aprovechábamos también para conocer nuevos rincones de la ciudad.

Las enseñanzas del Fundador del Opus Dei me impactaban. Cuando veía sus películas me impresionaba su espontaneidad y alegría

Una costumbre que se vivía en la casa eran las visitas al Santísimo, en la capilla, antes de las tertulias y después de la cena. Se invitaba a todas pero había absoluta libertad para asistir.

Al cabo de dos años y medio mi vida había cambiado radicalmente: conocía la Obra antes de llegar a la residencia pero no tenía resuelto pedir la admisión, ya que para mí era algo inalcanzable e impensable que yo pudiera ser miembro del Opus Dei.

Pero una residenta que sí era de la Obra, me hizo ver que no debía pensar así. Que la Obra no era para superdotados, que todos con rectitud de intención tenían lugar en ella y me decidí.

Lo que más me ayudó a dar ese paso era que todo se tomaba en serio, también buscar la santidad en medio del mundo. Me gustó mucho el ambiente de piedad que fui integrando sin dificultad en mi vida. También me impresionaba el respeto con que se trataba todo lo referente a la capilla. La costumbre de la bendición de la mesa me quedó grabada a fuego. Residenta que la vivió, la sigue aplicando a su vida, sea católica o no. Digo yo.

Mi vida cambió radicalmente en el sentido que aprendí a escuchar a los que me rodean, por la gran variedad de circunstancias de vida y de personas totalmente distintas que se encuentran en una residencia de estudiantes.

Las enseñanzas del fundador del Opus Dei me impactaban. Cuando veía sus películas me impresionaba su espontaneidad y alegría. Siempre tenía una respuesta “al toque”. En la Universidad le llamó la atención a una amiga mi empeño en estudiar. Es que también en Del Mar me ayudaron en eso, como a ser puntual y ordenada.

Ahora hace dos años que me alejé de Del Mar y la recuerdo como la mejor época de mi vida, al punto que me encantaría que una hija mía tuviera oportunidad de pasar la misma experiencia que yo.

Cuando llegué a la residencia, con mi valijita, un domingo de tardecita, no había casi nadie, me recibieron con mucho cariño, me acompañaron a mi cuarto, pero mi estado de espíritu era de desolación.

Cuando tuve que dejarla era un cambio total, pero seguía llorando. Esta vez porque la dejaba, y la extrañaba; pero muchas cosas que había vivido en la Residencia, que eran enseñanzas todas de San Josemaría, me fueron muy útiles cuando me alejé de ella. Me las llevaba conmigo.

Ana Carolina Fuidio, estudiante universitaria // Libro "San Josemaría y los uruguayos", año 2002