“Lo que aprendí de un maestro de la libertad”

Comenzó a asistir a una residencia universitaria del Opus Dei en el año 1969, época de enfrentamientos políticos y guerrilla urbana. Allí aprendió que se podían conciliar los deseos juveniles de justicia y cambio social con el es-píritu de servicio a través del trabajo bien hecho. Y no olvida una frase de Josemaría Escrivá: “que caminéis juntos, que os comprendáis, que no digáis una palabra desagradable, que sepáis ir del brazo de quien no piensa como vosotros”.

Mi manera de conocer a Josemaría Escrivá –supongo que como para mucho otros- fue a través del ambiente de una residencia universitaria del Opus Dei. Recuerdo vivamente la primera impresión. Tenía 16 años y me quedaron gravadas para siempre algunas cosas como el ambiente de especial serenidad que se respiraba, el orden y la limpieza, la buena presencia de las personas que conocí, la puntualidad para terminar y empezar las reuniones, el aprovechamiento del tiempo. Parte del ambiente indefinible era que no sobraba nada en el mobiliario, que todo lo que estaba resultaba lógico que estuviera, y que estaba bien cuidado.

Después de unos meses no seguí frecuentando aquella residencia. Pero dos o tres años mas tarde, ya en los primeros años de carrera, comencé a estudiar allí. Iba con un hermano y sacábamos muchas horas de estudio. Era esencial el ambiente de tranquilidad que sabíamos apreciar. Pero nos atraía también el clima de amistad y buen humor que reinaba, de exigencia en el trabajo bien hecho, de la solidaridad hacia los que sufren, del intercambio de inquietudes juveniles.

De mi encuentro con San Josemaría a través de su Obra, fueron pues éstas las mayores impresiones: horas de trabajo sereno y ambiente de cordialidad y simpatía. Mas tarde supe que el fundador del Opus Dei quería que sus hijos fueran sembradores de paz y de alegría. Y allí está buena parte del secreto: fue un maestro del buen humor, y fue un hombre de paz y de armonía. En 1974, el día antes de que él partiese de Buenos Aires le oí contestar a una chica que le preguntó por un legado de su visita: “que caminéis juntos, que os comprendáis, que no digáis una palabra desagradable, que sepáis ir del brazo de quien no piensa como vosotros”.

A San Josemaría le molestaba la mentalidad de partido único, de monolitismo de manada. ¡Caben todos!

Quiero referirme también al amor a la libertad de San Josemaría Escrivá. Fue una característica que Dios le pidió para el Opus Dei y que le costó muchos sufrimientos mantener. Le fastidiaba la mentalidad de partido único, el monolitismo de manada. ¡Caben todos! Y si alguien pretendía menoscabar ese ambiente de libertad, saldría rápido a ponerse en defensa de quien se podía sentir lesionado en su independencia de criterio. Respetando los modos de ser diversos de tantos hijos suyos -un común denominador pequeño y un numerador diversísimo, decía- , se le notaba la alegría de ir viendo como cuajaba su espíritu en almas tan dispares. Su mentalidad universal, desde el principio, lo llevó a no españolizar la Obra y a trasmitir que no se trataba de una labor para un tiempo determinado sino para todos los tiempos y para todos los caracteres y razas.

Transcurría el año 1969 cuando comencé a estudiar casi a diario en aquella residencia. Mis padres tenían una casa grande pero preferíamos acudir a allí. Era un año de enfrentamientos políticos y de guerrilla urbana. No estábamos ajenos a la rebeldía universitaria. Pero c. Allí se aprendía que todas esas inquietudes podían encontrar caminos de solución a través de la vida cristiana bien vivida. Nos sentimos en primera fila en la lucha para mejorar la sociedad. Es cierto que está pendiente y que lo seguirá estando. Pero fue una decisión acertada. El deseo de ayudar a mejorar las cosas debe ir junto a la exigencia para encarar el trabajo, sea el de un profesional liberal como el de un estudiante, sea el de quien tiene un oficio como el de alguien dedicado más directamente a la promoción.

Para el ejercicio de la profesión de abogado y de manera especial para mi trabajo como laboralista y como docente, fueron improntas indelebles.

El espíritu de Josemaría Escrivá subraya la búsqueda de la santidad por medio de la tarea bien hecha. Bien hecha es realizada de cara a Dios y con espíritu de servicio: siendo ministro o siendo peón de campo. El trabajo vale más, según acerque más a Dios a quien lo realice. Y desde esa perspectiva no interesa mayormente el éxito humano que se obtenga sino la rectitud con que se haga.

Con eso está dado el primero paso: no hay nadie que valga más que otro. Todos somos hijos de Dios y de ahí la dignidad común. Cada hombre y cada mujer vale tanto como para justificar que por él Cristo haya derramado su sangre en la Cruz. Todos valemos la sangre de Cristo y todos somos hijos de Dios. Pero de esta idea no deriva sólo la igualdad entre todos los hombres, deriva también la posibilidad de trascendencia para una vida aparentemente vulgar y también en consecuencia, que puede resultar más valioso aquel que sirve calladamente en la sombra, que quien está en el candelero de la noticia. La gente de trabajo –si sabe encontrar a Dios allí- adquiere pues el primer lugar, sea cual sea su posición en la escala de los hombres.

El trabajo bien hecho, y la prioridad del sujeto que lo realiza, se conjugan además con el respeto a la libertad de cada uno y a su personalidad. En la práctica diaria la combinación de los tres factores se traduce en un ambiente de armonía en los centros de trabajo, cualquiera sea su naturaleza. De algún modo se retroalimentan, el lugar agradable para trabajar con la actividad eficaz de quienes allí trabajan. Y esta adecuada sinergia se produce no sólo en la empresa sino también en las familias y en otras organizaciones.

El trabajo bien hecho, y la prioridad del sujeto que lo realiza, se conjugan además con el respeto a la libertad de cada uno y a su personalidad

Trabajar bien, ir del brazo de quien no piensa como uno, sembrar paz y alegría, encontrar la dicha de trasmitir en poco tiempo lo que a uno le ha llevado buen rato comprender, el amor a la libertad, el respeto a la intimidad y a la honra de la persona, son ideas que me han servido como criterios rectores y espero que me sigan sirviendo hasta que me muera. Porque siguen pendientes. Como sé que lo serán para muchos.

Santiago Pérez del Castillo, Abogado laboralista, docente universitario, ex-Ministro de Trabajo // Libro "San Josemaría y los uruguayos", año 2002