"Me di cuenta de que podía ser buen cristiano, hincha de Peñarol y político colorado"

Hijo 100 por 100 de la política, quedó impactado con la homilía de Juan Pablo II en Luján, durante la guerra de Malvinas. A partir de allí sus ideales tuvieron otro sustento y hoy explica a diestra y siniestra –que para eso es político- la libertad de la que gozan los miembros del Opus Dei y la unidad entre la fe y la vida corriente

Al Opus Dei lo conocí a los 12 años, pero asistí a algunas pocas charlas de formación y luego, culpa de un campamento que no me gustó, me olvidé del tema.

La cuestión es que mi familia estaba recién llegada de Minas y hacía muy poco tiempo había recibido allí la primera comunión. Un compañero de trabajo de mi madre le recomendó una residencia universitaria, Montefaro, donde una tarde a la semana se juntaban chicos jóvenes a jugar al fútbol y a recibir formación cristiana. Esa fue la primera vez que tuve contacto con el Opus Dei, más por el fútbol que por la formación. Recuerdo que al poco tiempo fui a ese campamento que no me gustó por lo que dejé de asistir a todo tipo de actividad.

Debieron pasar cuatro años para que en el año 1982, con motivo de la guerra de Malvinas, el papa Juan Pablo II visite Argentina. En ese momento dos compañeros de clase me invitan a viajar a Buenos Aires para ver al Papa; yo les expliqué que sólo había tomado la comunión, pero me tentaron no sólo con ver al Papa sino que de paso podríamos hacer algunas compras ya que el cambio nos favorecía. Debo reconocer hoy que viajé a Buenos Aires para divertirme con dos amigos y para hacer compras más baratas.

Juan Pablo II mira al grupo donde me encontraba y nos hace la señal de la cruz. La primera sensación que tuve fue de que estaba ante una gran persona

En el ómnibus me tocó como compañero de asiento un sacerdote del Opus Dei, con el que a lo largo del viaje hablé sobre muchos temas y –si bien no me atreví a decirle que para mí eso era un viaje turístico- le dejé claro que no practicaba con frecuencia la fe.

Al llegar a Luján pensé que íbamos a ir a un hotel y la cuestión no era esa: en pleno mes de junio debíamos pasar la noche en la plaza frente a la basílica de Luján esperando al Papa que celebraría allí la misa recién a la tarde del día siguiente. Resulta que tanto me aburrí que cuando se hizo la hora de que llegase el Papa agarré mis cosas e intenté salirme de ese mundo de gente para ir a tomar algo a un bar y me dije: “lo veo por televisión“ .

Cuando estoy saliendo, el Papa comienza su ingreso a la plaza y pasa a unos metros de donde yo estaba con una bandera uruguaya. Juan Pablo II mira al grupo donde me encontraba y nos hace la señal de la cruz. Allí la primera sensación que tuve fue que estaba ante una gran persona, a quien merecía la pena escuchar. Pegué media vuelta y volví al lugar donde nos encontrábamos el resto de los uruguayos para oír las palabras de Juan Pablo II.

Debo reconocer que por formación familiar siempre fui muy idealista. Yo viví, nací y crecí con la política y por tanto la discusión de ideas era un tema central. Siempre me consideré un idealista y por tanto defiendo la convicción que me fuera inculcada por mis padres que la vida tiene sentido si uno se juega por un ideal. Si a ello le sumamos la edad que tenía, más la situación política por la que atravesaba Uruguay, se entiende que mi discurso fuese muy a contramarcha del status-quo. Yo quería operar una transformación fuerte y real en la sociedad, y ello venía acompañado con un discurso muy valorativo y ético pero sin sustento en lo sobrenatural o en una religión. Estaba muy influido por la lógica krausista del deber por el deber, el amor por el amor.

Del Opus Dei lo que más me atrajo es que yo iba (...) a recibir formación espiritual y doctrinal, y me ayudaban a entender el porqué de las cosas

En esa plaza de Luján el Papa pronuncia una frase que me la acuerdo hasta el día de hoy: “es imposible hablar de cambios en las estructuras sociales si no hay un cambio en el corazón de cada uno. Por tanto, todo aquel que quiera transformar la sociedad debe comenzar operando un cambio en sí mismo“. Yo no sé que otras cosas dijo el Papa en la homilía, lo único que recuerdo es que corté con las palabras restantes de Su Santidad y me dediqué a darle vueltas a esa frase. Más adelante el Papa dijo que la felicidad cristiana se encuentra cuando uno se entrega totalmente y no cuando vive a medias. Esos dos conceptos cambiaron mi vida. Ahí mismo, en esa plaza, decidí confesarme.

Me cuestioné muchas cosas. Me di cuenta que yo no podía hablar de que los pobres debían ser menos pobres, me di cuenta que no podría nunca profundizar en la justicia social, si yo de verdad no me entregaba del todo a la política como un gran servicio a los demás.

La preocupación social siempre estuvo muy presente en mi vida, tanto por una cuestión intelectual como por motivos personales: todos debimos sufrir las nefastas consecuencias económicas de la dictadura. Mi padre conoce a Luis Batlle en el año 1960, cuatro años antes de su muerte, poco antes de trasladarse a Montevideo para iniciar la facultad y trabajar en la interna colorada con Jorge Batlle como candidato. Es en esa campaña que en un club de la 15 conoce a mi madre, estudiante de Magisterio, a los 8 meses se casan y en 1968 nazco yo, producto 100 por 100 de la política.

Las palabras del Papa sobre operar cambios en uno mismo para producir cambios en terceros y la enseñanza de que la felicidad sólo se obtienen entregándose del todo a una causa me hizo confesarme en aquella plaza de Luján, recibir allí mi segunda comunión, y también me llevó a que no realizará ningún tipo de compras, tal como tenía previsto, porque ni bien terminó la ceremonia de Luján partí lo más rápido que pude hacia Palermo, donde el Papa celebraría otra misa a la mañana siguiente y yo quería estar al lado de esa persona. A tal punto que para poder acercarme más al altar simulé un desmayo y llevaron a toda esta humanidad al sector de enfermos.

A veces me preguntaban si es difícil compatibilizar el ser del Opus Dei con el estar en la vida política. Y creo que para nada, que al contrario

Recuerdo que cuando me confesé fue como una prueba: le creí al Papa pero lo tomé como prueba. Quería resultados concretos. En el viaje de vuelta a Uruguay me senté junto al mismo sacerdote del Opus Dei y le conté todo lo que me había pasado y recuerdo que le dije: “bueno, ¿cómo sigue esto?“ Allí fue que me incorporé más formalmente a los medios de formación de la Prelatura del Opus Dei.

Bastantes años después, una década casi, me hice del Opus Dei, ya siendo licenciado en Relaciones Internacionales, me faltaban dos años para terminar Derecho y en 1989 había sido candidato a edil.

Del Opus Dei lo que más me atrajo es que yo iba a los centros de la Obra a recibir formación espiritual y doctrinal, y me ayudaban a entender el por qué de las cosas. Yo soy muy racional y muchas veces veía en la fe un puro sentimentalismo, un estilo que al menos para mí no me parece adecuado. A mí en el Opus Dei me enseñaban a tener una fe recia, me explicaban que no había divorcio entre fe y vida, que yo podía ser hincha de Peñarol, político del Partido Colorado y buen cristiano, y sin perder y cambiar ninguna de esas cosas. A mí lo que me encantó del Opus Dei es que podía ir a la Amsterdam a gritar los goles de Morena, podía entregar volantes de la Lista 15 e ir a misa todos los días. Y que esa era una única y sola persona. Eso para mí era genial.

A veces me preguntan si es difícil compatibilizar el ser del Opus Dei con el estar en la vida política. Y creo que para nada, que al contrario. Si hay algo que la vida política demuestra a lo largo de toda su historia es que sólo puede ser concebida con actitud de servicio. Y la esencia de la vida cristiana es la caridad. En el Opus Dei a lo que siempre nos enseñan es a querer a los demás, pero no a querer a los que opinan como yo, también a los que opinan distinto.

El Opus Dei lo que permite es que cada uno acomode su vocación profesional a la vocación sobrenatural que supone ser llamado por Dios: lo que cada uno tendrá que adaptar es cómo vive en su profesión -sea esta cual fuera- el único espíritu del Opus Dei.

No descubrí mi vocación política en el Opus Dei, claramente que no, nací siendo político. Pero encontré sí el sentido de la entrega trascendente hacia el otro, el ser optimista frente a las contrariedades o al ayudar a los demás frente a las necesidades materiales y espirituales, porque muchos lo que necesitan es ser escuchados y reconocidos como personas. El Opus Dei en mi vida política me ayudó mucho a reconciliarme con quien he tenido peleas, a luchar para no guardar rencores y, sobre todo, me sirve mucho una frase que una vez me dijo un sacerdote del Opus Dei: “detrás de cada persona no veas un voto sino un alma“... Me cuesta, porque es verdad que miro almas y votos, pero me ubica en qué es lo verdaderamente importante. Es difícil pero en la Obra te enseñan a comenzar y recomenzar.

No es la primera vez que lo tengo que explicar, pero vale la pena repetirlo: jamás recibí en el Opus Dei una indicación política. Es más, mi lealtad política es hacia Jorge Batlle, la Lista 15 y mis votantes, y no le debo ninguna lealtad política al Opus Dei. Claro que yo procuro ser un buen cristiano desde que me levanto hasta que me acuesto: creo que es un ejemplo magnífico el que citaba San Josemaría Escrivá cuando decía que el cristianismo no era como un sombrero que se quita y se pone según el lugar donde uno esté. Yo soy cristiano siempre, desde que desayuno con mi familia de mañana, cuando estoy en el Parlamento, cuando estoy con mis amigos, en el estadio. Esa es la unidad de vida de la que tanto habló el fundador del Opus Dei.

También tengo que decir que jamás le pedí a alguien que haya conocido a través del Opus Dei que me vote o me deje de votar porque sería traicionar lo más sagrado que tengo que es esa vocación, luchar por ser santo en medio del mundo a través de mi profesión. Creo que hay gente del Opus Dei que me vota, pero claramente la mayoría no.

No es la primera vez que lo tengo que explicar, pero vale la pena repetirlo: jamás recibí en el Opus Dei una indicación política

Del fundador del Opus Dei lo que más me sorprende es la capacidad de querer que tenia, la capacidad de comprender, y principalmente que su vida fue una entrega a los demás pero no desde el discurso sino desde la vida concreta.

A mí lo que me impresiona es cómo San Josemaría Escrivá, a los 26 años, sin nada, sin ningún medio material, entrega su vida frente a calumnias, adversidades. Y él entrega todo para hacer posible que hoy el Opus Dei esté en tantas partes. En definitiva, la grandeza de la entrega de una persona que no ve el fruto estando en vida. Esa es la muestra mas profunda de la capacidad de querer.

Respecto al Opus Dei y la política, me gustó mucho una pregunta que le hicieron al fundador del Opus Dei y la respuesta que dio: -¿Qué posición tienen los miembros del Opus Dei en la vida pública de los pueblos?, le interrogaron. Y allí el fundador del Opus Dei explicó con una respuesta, genial y rotunda, la libertad que se vive en la Obra: -“la que les dé la gana“. Nada más, así de claro.

Jorge Barrera, Abogado, ex-Diputado // Libro "San Josemaría y los uruguayos", año 2002