Quien no sabe dialogar en su casa, no sabrá comunicar en su empresa

Artículo escrito por el Vicario regional del Opus Dei, Carlos Ma. González, para la Revista de Negocios del IEEM.

“El diálogo es una forma privilegiada e indispensable de vivir, expresar y madurar el amor en la vida matrimonial y familiar. Pero supone un largo y esforzado aprendizaje”. Así comienza el papa Francisco el nº 136 de su documento sobre el amor matrimonial (Amoris Laetitia, marzo 2016). A partir de esa premisa, desarrolla varias sugerencias concretas sobre las condiciones necesarias para el diálogo, que son perfectamente aplicables a todo tipo de organización para hacer posible una comunicación auténtica.

Esperar, no interrumpir, hasta que el otro haya expresado todo lo que necesitaba. “Esto requiere el ejercicio de no empezar a hablar antes del momento adecuado. En lugar de comenzar a dar opiniones o consejos, hay que asegurarse de haber escuchado todo lo que el otro necesita decir”. Se trata de un consejo valioso, que frecuentemente resulta muy difícil de poner en práctica, porque requiere “despojarse de toda prisa, dejar a un lado las propias necesidades y urgencias, hacer espacio” en nuestra cabeza y en nuestras tareas, poner atención, cortar con nuestras preocupaciones, que pueden ser egoístas o no tan importantes. En definitiva: aprender a escuchar.

“Muchas veces uno de los cónyuges no necesita una solución a sus problemas, sino ser escuchado. Tiene que sentir que se ha percibido su pena, su desilusión, su miedo, su ira, su esperanza, su sueño”. Esto se da más frecuentemente en el caso de la psicología femenina, que fundamentalmente desea comunicar algo y no pretende siempre una solución (los varones, en cambio, tendemos intuitivamente a buscar la solución a lo que se nos plantea).

“Desarrollar el hábito de dar importancia real al otro. Se trata de valorar su persona, de reconocer que tiene derecho a existir, a pensar de manera autónoma y a ser feliz. Nunca hay que restarle importancia a lo que diga o reclame, aunque sea necesario expresar el propio punto de vista. Subyace aquí la convicción de que todos tienen algo que aportar, porque tienen otra experiencia de la vida, porque miran desde otro punto de vista, porque han desarrollado otras preocupaciones y tienen otras habilidades e intuiciones. Es posible reconocer la verdad del otro, el valor de sus preocupaciones más hondas y el trasfondo de lo que dice, incluso detrás de palabras agresivas. Para ello hay que tratar de ponerse en su lugar e interpretar el fondo de su corazón, detectar lo que le apasiona, y tomar esa pasión como punto de partida para profundizar en el diálogo”.

“Amplitud mental, para no encerrarse con obsesión en unas pocas ideas, y flexibilidad para poder modificar o completar las propias opiniones. Es posible que, de mi pensamiento y del pensamiento del otro pueda surgir una nueva síntesis que nos enriquezca a los dos”. Es importante partir de la base que la “unidad” familiar (o de la organización) no es “uniformidad”, sino una “unidad en la diversidad”, o una “diversidad reconciliada”. El papa explica que en ese clima “los diferentes se encuentran, se respetan y se valoran, pero manteniendo diversos matices y acentos que enriquecen el bien común. Hace falta liberarse de la obligación de ser iguales”.

“Astucia para advertir a tiempo las ‘interferencias’ que puedan aparecer, de manera que no destruyan un proceso de diálogo. Por ejemplo, reconocer los malos sentimientos que vayan surgiendo y relativizarlos para que no perjudiquen la comunicación”. Esto requiere un esfuerzo positivo para “expresar lo que uno siente sin lastimar; utilizar un lenguaje y un modo de hablar que pueda ser más fácilmente aceptado o tolerado por el otro, aunque el contenido sea exigente; plantear los propios reclamos pero sin descargar la ira como forma de venganza, y evitar un lenguaje moralizante que solo busque agredir, ironizar, culpar, herir”. En este punto, el papa transmite una experiencia universal: “muchas discusiones en la pareja no son por cuestiones muy graves. A veces se trata de cosas pequeñas, poco trascendentes, pero lo que altera los ánimos es el modo de decirlas o la actitud que se asume en el diálogo”. Es verdad que esas cuestiones aparentemente intrascendentes pueden ser consecuencia o manifestación exagerada de problemas más de fondo. Pero está claro que la discusión no hace más que agravarlos.

“Tener gestos de preocupación por el otro y demostraciones de afecto”. De esto modo “logramos entender mejor lo que quiere expresar y hacernos entender. Superar la fragilidad que nos lleva a tenerle miedo al otro, como si fuera un “competidor”. Es muy importante fundar la propia seguridad en opciones profundas, convicciones o valores, y no en ganar una discusión o en que nos den la razón”. ¡Cuántas veces focalizamos nuestros diálogos en tener razón, en lugar de ampliar nuestra mente, adquirir nuevos conocimientos, conocer mejor al otro! Como decíamos al inicio, estos consejos del papa, valen también para la convivencia en un grupo de trabajo o para el ejercicio del liderazgo: un gesto de interés concreto por parte del jefe mejora habitualmente el rendimiento de los subordinados. Evidentemente, no se trata de realizar esos gestos por un motivo utilitarista, pero el cambio de actitud y el demostrar sincero interés, además de pulirnos como persona, mejora el nivel de satisfacción en quienes trabajan con nosotros.

“Para que el diálogo valga la pena hay que tener algo que decir, y eso requiere una riqueza interior que se alimenta en la lectura, la reflexión personal, la oración y la apertura a la sociedad. De otro modo, las conversaciones se vuelven aburridas e inconsistentes. Cuando ninguno de los cónyuges se cultiva y no existe una variedad de relaciones con otras personas, la vida familiar se vuelve endogámica y el diálogo se empobrece”. En este sentido, especialmente en la vida familiar, es fundamental adquirir el hábito de preparar qué voy a decir en la sobremesa, en los momentos de silencio en viajes largos: no quedarse pasivos, aportar. Para esto, debemos proponernos dos o tres noticias, anécdotas o incluso chistes que puedo contar en esos momentos. De lo contrario caeremos en la banalidad de solo ver programas televisivos o que cada uno esté absorto en los mensajes del celular, etc. En concreto, para dialogar, conviene mucho leer. Escuchar y leer son hábitos indispensables para ensanchar nuestro horizonte, madurar nuestra perspectiva.

“El amor que no crece, comienza a correr riesgos” afirma el papa en el nº 134 del documento que estamos citando. Y una manera de crecer es esforzarnos por dialogar mejor, a medida que pasan los años, sabiendo que no existen las familias perfectas, sino que los defectos y limitaciones que encontramos son precisamente estímulos para crecer.

    Mons. Carlos Ma. González Saracho

    Revista de Negocios del IEEM, Octubre 2016.