Ser gobernante y católico no pueden ser cosas separables

No es del Opus Dei pero conoció personalmente a San Josemaría Escrivá. Cuando le tocó ocupar una función pública recordó las enseñanzas del fundador del Opus Dei sobre lo absurdo de dejar de ser católico al ejercer el trabajo, como quien deja un sombrero en la puerta

Cuando estaba en cuarto de liceo, en el año 1967, un compañero de clase me invitó a un Cursos de Orientación profesional. Fue así como conocí el Opus Dei: mi primer contacto con la Obra tuvo lugar en la entonces Residencia “Iará”, que funcionaba en una vieja casa de altos situada en Bulevar Artigas casi Canelones.

De aquel encuentro me quedó grabada la alegría de quienes vivían en aquella casa, una alegría que no derivaba del confort ni de las comodidades (que no existían) si no de la vivencia de aquello de que “La verdadera virtud no es triste y antipática, sino amablemente alegre” (Camino n. 657)

Pasados los años, en 1971, cuando me encontraba cursando el segundo año de la Facultad de Derecho, un condiscípulo me hablo con mucha fuerza de la Obra y de su Fundador, invitándome a participar en unas charlas de formación humana y cristiana en un Centro del Opus Dei.

A partir de ese momento, aprendí, entre otras cosas, el valor del trabajo bien hecho de cara a Dios, la importancia del trato con Dios, y la necesidad de abrirse en el servicio de los demás, respetando su libertad.

De esa época de convulsiones políticas, tanto a nivel nacional como de la militancia universitaria, me quedó grabado aquello que decía Josemaría Escrivá: “el apostolado cristiano no es un programa político ni una alternativa cultural: supone la difusión del bien, el contagio del deseo de amar, una siembra concreta de paz y alegría. Sin duda, de ese apostolado se derivarán beneficios espirituales para todos; más justicia, más comprensión, más respeto del hombre por el hombre”.(Es Cristo que pasa, n. 124)

Sin duda, un momento fuerte significó conocer personalmente a Mons. Escrivá de Balaguer en 1974 en oportunidad de su visita a Buenos Aires.

No hay actividad humana recta -tampoco la política- que esté excluida del llamado universal a la santidad

Un grupo de jóvenes uruguayos cruzamos el Río de la Plata en el recordado Vapor de la Carrera con la curiosidad de acercarnos a aquél de quien habíamos oído hablar tantas veces. La impresión fue inmensa. Todos quedamos convencidos de que aquel hombre, de carisma impresionante, era realmente un santo que encarnaba en sí mismo, con unidad de vida, todo lo que enseñaba.

En todos los encuentros en las que pude participar me llamó la atención la insistencia de Josemaría Escrivá en destacar el valor de la familia fundada en el matrimonio y su énfasis vehemente en el respeto a la libertad de todos.

Ciertamente, toda esa enseñanza fue decantando en mi vida personal, luego en mi noviazgo, en mi matrimonio, en mi actividad profesional y docente, en la educación de los hijos cuando llegaron, y en las exigencias de la vida pública cuando hube de desempeñarme en ella. Frente a los desafíos de cada día, adquirió nuevas tonalidades aquella pregunta del punto 353 de Camino: “¿Te has molestado en meditar lo absurdo que es dejar de ser católico al entrar en la Universidad o en la Asociación Profesional o en la Asamblea sabia o en el Parlamento, como quien deja el sombrero en la puerta?”

Una mentalidad laicista, que campea en muchos integrantes de la sociedad uruguaya, suscitó en más de una oportunidad la exigencia de que actuara como gobernante y no como católico ¡Como si ambas condiciones pudieran separarse en mí! Acaso, ¿alguien puede creer seriamente que defender la familia fundada en el matrimonio es patrimonio exclusivo de la Iglesia, o que promover campañas de educación basada en información veraz (y no en fáciles recetas inseguras como es uso del preservativo para la prevención del SIDA) es un tema religioso?

Me llamó la atención la insistencia de Escrivá en destacar el valor de la familia fundada en el matrimonio y su énfasis vehemente en el respeto a la libertad

Un profesor con el que me inicié en el Derecho Administrativo y al que mucho debo no sólo en lo académico sino sobre todo en lo humano, me enseñó que Administración quiere decir etimológicamente servir y, por eso, quienes encarnan el quehacer administrativo son auténticamente servidores de los demás.

Para terminar, quisiera enfatizar en la profunda convicción que tengo acerca del efecto transformador que tiene la vieja - nueva enseñanza de Mons. Escrivá, según la cual no hay actividad humana recta -tampoco la política- que esté excluida del llamado universal a la santidad.

Para decirlo con palabras de la homilía del Papa Juan Pablo II en la Misa en la que beatificó a Mons. Escrivá - a la que tuve el privilegio de asistir junto a mi esposa y a un importante contingente de compatriotas- “Cristo convoca a todos a santificarse en la realidad de la vida cotidiana, por ello, el trabajo es también medio de santificación personal y de apostolado cuando se vive en unión con Jesucristo, pues el Hijo de Dios, al encarnarse, se ha unido en cierto modo a toda la realidad del hombre y a toda la creación”.

Carlos E. Delpiazzo, Abogado, Ex-Ministro de Salud Pública // Libro "San Josemaría y los uruguayos", año 2002