Uno detrás de otro

Si hay ocasiones en las que uno puede "tocar" la gracia de Dios o la ayuda patente de los santos, las que siguen son un buen ejemplo

Un club juvenil de Montevideo había crecido mucho y la casita en que estábamos no quedaba chica, por lo que nos pusimos en campaña para encontrar la sede definitiva.

Los requerimientos eran muchos. Necesitábamos una casa grande -con terreno libre de por lo menos 300 m2  para una canchita de fútbol-, ubicada en el mismo barrio que la vieja sede, bien comunicada con el resto de la ciudad mediante transporte colectivo y, por si fuera poco, a un precio razonable.

Encomendamos el asunto especialmente al Fundador del Opus Dei.

Varias inmobiliarias desistieron en buscar lo que pedíamos porque sostenían que lo que pretendíamos era imposible, ya que los padrones se habían ido fraccionando con los años. Una sola perseveró frente a nuestro convencimiento.

Decidimos quemar las naves: llamamos a la inmobiliaria y pusimos a la venta la vieja sede. Era un buen momento para comprar y pésimo para vender. De hecho, nos dijeron que sería imposible lograrlo al precio que pedíamos.

Comenzamos una novena al Beato Josemaría, al tiempo que la inmobiliaria colocaba los carteles de "se vende" en el frente de la casa. Dos días más tarde una señora tocó el timbre: era la primera persona interesada en la casa. La misma señora vino 72 horas después con su esposo e hicieron una oferta. Llegamos a un acuerdo en el precio y quedamos en entregar la casa al poco tiempo. ¡Y aún no teníamos casa a donde mudarnos! No dejábamos de agradecer este primer favor del Beato Josemaría -la gente de la inmobiliaria no lo podía creer- a la vez que lo interpelábamos con que, si no volvía a ayudarnos, nos quedaríamos en la vereda.

Casi enseguida, la inmobiliaria nos ofreció una casa. La emoción al detenernos frente a ella fue grande, porque los recuerdos se amontonaron en la cabeza. Habíamos visto esa casa la misma semana en que vimos y adquirimos la vieja sede del club. Pero en aquella ocasión no teníamos un peso en el bolsillo y tuvimos que dejar pasar la oportunidad. A nadie en su sano juicio se le podría haber ocurrido que, luego de tan pocos años, esa misma casa volviera a ponerse a la venta y fuéramos los primeros en enterarnos.

La casa era muy buena, conservada en perfectas condiciones por los propietarios, y con un terreno amplio. El favor del Fundador del Opus Dei no podía ser más patente, y ya sumaban dos en pocos días. Las discusiones sobre el precio y los modos de pago fueron bastante breves y acordamos en que no entregarían el inmueble tres meses después.

La espera "en la calle" no fue tan corta como esos tres meses, porque decidimos meternos a fondo y hacer un club para muchos años. Por problemas de normativa municipal, parecía que la cancha de fútbol nos quedaría muy estrecha. Aparentemente no había otra solución al problema y me encaré con el Beato Josemaría, ya que el asunto se solucionaba con un trozo más de terreno. 

Confiando en las oraciones, busqué en Internet la manzana donde estaba el club y encontré el padrón lindero que, con frente a otra calle, tenía su fondo donde nosotros precisábamos el terreno adicional. Frente a la puerta de ese padrón me encontré con un cartel que decía: "se vende" y un número telefónico. Pero el tercer favor del Fundador de la Obra no iba a terminar allí.

En realidad, para que el proyecto fuera el ideal, sólo necesitábamos el fondo de aquel padrón y suponíamos que el precio de venta del terreno, por ubicarse en esa zona, no iba a ser pequeño. Nos contactamos con el dueño, le expusimos nuestro problema y le ofrecimos comprarle únicamente el fondo de su predio.

El dueño nos comentó que le parecía una oferta muy "razonable" porque, casualmente, el padrón estaba dividido en dos propiedades y no había ningún inconveniente en venderlas por separado. Es más, para él era mejor negocio aún.

Finalmente, pudimos comenzar las actividades del club en la nueva sede, luego de un año de obras.

G.B.F.